sábado, 3 de noviembre de 2012

El funeral del pájaro azul, décimas




Murió el pájaro azul,
aquél que vino
no se sabe de dónde,
pero se alió a la ronda de otras aves
y se hizo líder,
como el horizonte.

Dicen,
que el pobre,
se murió de pena.

Rodeado por palomas,
por lechuzas,
por las ciguas palmeras,
por hambrientas cotorras,
por patos y gallinas,
por pavos y pajuiles,
por judíos, chinchilines,
por gallaretas tristes.

Dicen,
que,
 ¡el pobre!
 se murió de pena.

La garza gris, vestida de horizonte
vino al rondel de tristes melodías,
el ruiseñor, gorjeando tempestades
vino casi desnudo,
allí el pájaro bobo se detuvo
para expresar también
su cruel tormento,
también el zumbador estaba allí,
y vino,
fatigado, sucio en polvo
el buen barrancolì.
-
Y vino la yaguasa,
y el cuervo, con su luto,
y la tórtola esquiva,
y el perico,
y el ganso,
y el guaraguao, cansado,
el carpintero astuto,
el que su cueva crea,
y el petigre, absorto, al mirar su pradera
deshecha y desolada.

Y se reunieron todos
bajo las osamentas
tendidas de las ramas
 que subieron de un tronco
que alguna vez fue un árbol,
ya no da sombra y frutas,
ahora es el esqueleto
que aún se mantiene erguido
esperando sereno
que lo derribe el viento.

Y el río,
o mejor dicho,
el caminito de agua
que corre sin sonido,
se larga mansamente
mirando pensativo
el funeral sin luces,
ni flores,
ni aromas de liturgias
 con que se dice adiós
a quien así se marcha.

Y aquella pajarada
unida en el lamento
para decirle adiós a aquél pájaro azul,
en formación de coro,
con un batir de alas,
entonaron un himno que servía de protesta
en contra de las manos
que depredan las selvas,
en contra de los necios
que ríos y arroyos secan,
en contra del infame
que su habitad estrecha.
-
Y quedó sepultado
el buen pájaro azul,
y volvieron las aves
a retomar su espacio;
 y mientras los humanos
dormían su madrugada
tranquilos,
sin temores,
se llenó la alborada
de una música grata,
¡era una serenata
 a son de ruiseñores!

© Gabriel Moquete

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