La sierra Siete cabezas
enclavada en Yamasá
hace rodar la bondad
de un río que es todo belleza.
Las campiñas atraviesa
sin mirar mas hacia atrás,
como quien no vuelve mas
a su punto de partida
con la muerte presentida
a lo largo de su edad.
Pero por suerte, no muere,
sus fluentes son el suero
que amortigua el lance fiero
de la espada que le hiere.
Sabita,hacia él se adhiere
con su cauce, a todo dar,
Yabacoa para su andar
y a su cauce se encarcela
y el " bonachón " Isabela
ensancha su litoral.
Y el Ozama, acaudalado
con las aguas recibidas
recibe la bienvenida
de un sector, que lo ha golpeado.
Es vilmente maltratado
con un malestar intenso,
su vientre recibe inmenso
bombardeo de inmundicias,
el río devuelve caricias,
cual peregrino indefenso.
Y hace su entrada triunfal
como héroe vencedor
saludando con amor
a la vieja capital.
Y al toparse con el mar
termina su trayectoria,
allí queda su memoria
balanceándose en la ría,
tiembla de melancolía
rememorando su historia.
Dormido en la inmensidad
de su mágico pasado
lo encuentra el tiempo, abrazado
a la primada ciudad.
Su lomo se mece en paz
impulsado por la brisa,
y ante la mirada omisa
o la necia indiferencia,
lleno de amor e indulgencia
¡nos regala una sonrisa!
© Gabriel Moquete.
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