jueves, 25 de octubre de 2012

Anacaona (Décimas)



¡Qué hermoso fuera traer
hacia el presente el pasado,
mirarlo, tenerlo al lado,
¡poderlo recomponer.
Mirar un atardecer
de aquél Jaragua, ¡...envidiado!
ver al cacique rodeado
de los indios de la zona,
¡contemplar a Anacaona
y a Caonabo enamorado!

Pero resulta que no,
que el español de esos días
espantó las alegrías
de la gente que aquí halló.
Que en sus barcas no cargó,
la isla, porque no cabía;
¡qué atraso, qué cobardía
cuánto odio y cuánta saña
tenía el vientre de esa España,
de donde Colón venía.

Anacaona,decoró
de su contorno de amor,
traducido al español,
su nombre era Flor de Oro.
Era la reina del coro,
la melodía, la cadencia,
toda la gentil prudencia
brotaba en sus movimientos,
.Caonabo. -al ver tal asiento-
sintió un amor de impaciencia.

Anacaona cantaba,
declamaba sus poesías,
y al son de sus melodías
toda la tribu danzaba.
En su vientre germinaba
como otra divina cuota,
el embrión que pronto brota
duplicando la hermosura,
¡climax, de concepción pura,
su gran hija... Higuemota.

Cuenta la leyenda que,
atraído por la belleza
de la nobel gentileza
puso un hispano interés.
Pero Roldan, sin por qué,
se opuso a dichos amores,
ensanchó resquemores
al negar que se casara
con Hernando de Guevara,
aquella flor de las flores.

La poetisa Anacaona,
cuando Bohechio murió,
el Cacicazgo heredó
como reina de la zona.
El Jaragua se amontona
apoyando a Flor de Oro,
y al ver semejante coro,
con tanta fuerza y calor,
ojerizo, el español
trama el bestial deterioro.

El propio Diego Velazquez,
con una saña burlesca,
-como quien sale de pesca-
preparó tan vil ataque.
Organizó su vivaque
y extendió una invitación
dizque para una reunión
con los indios de la zona,
allí reunió Anacaona
a toda su población.

En un Caney gigantón
los indios se apretujaron,
¡los pobres... todos confiaron
de la tal celebración.
Ante una seña de acción
la soldadesca española
rodeó como ancha aureola
aquél caserón de amor
le dio fuego, y el fulgor
era una inmensa farola.

¡ Qué manera de matar,
¡ cuánto odio acumulado,
¡ qué temor a un desalmado
que sólo sabe cantar.
Es preciso imaginar
cómo quedaría el contorno
cuál el eco del entorno
del Jaragua pacional,
cómo quedó aquél lugar
de llamaradas de horno.

Sobrevivió Anacaona
al martirio de la hoguera,
pero fue hecha prisionera
y alejada de la zona.
Y en un juicio que no entona
con nación civilizada,
la reina fue condenada
a la horca y el martirio,
¡deliriums tremus, delirio
de una gente desalmada.

Y así, con esa fanfarria
de masacre y de dolor,
mataron hasta el olor
de nuestra raza primaria.
Aquella fuerza adversaria
sólo dejó la ceniza
que el fiero tiempo hace triza,
en el gran Caney ardía
la graciosa melodía
de la cantora poetisa.

© Gabriel Moquete









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